viernes, 13 de mayo de 2016

El incierto manto del albor

Este sudor frío bajo la almohada determina
con elevado margen de error, 
la naturaleza onírica de los acontecimientos.













Algunas noches comienzan abiertas, 
con una luz crepuscular enroscada en las cortinas
y un templado silencio
en el primer verso de un haiku inexistente;
luego se cierran como bocas salvajes
y se sumen en las sombras de una copa
brindando por el alba distante.
Algunas noches no existe soledad,
algunas madrugadas reviven hermanos imberbes
padrastros de cristal y sótanos de estudio,
y allí juegan mis niños entre roble y grana
a un escondite borroso que comparto
- quizás compartimos todos -
con el bastón, el miedo y la botella.
Pero algunos juegos se complican y
con un repentino giro del guión, explotan
cuando un pájaro azul engulle seguidores cual alpiste
- no existe discriminación -
y su vuelo se confunde con una onda cobriza.
Sobre nosotros el ave se torna fuselaje, plumas
ferrosas que caen grávidas, sin muerte
como un regalo del diecinueve de marzo
para ese padre huidizo que debía ser cadáver.
Continúa la ondulación caoba sobre aquella silueta
ausente - gelatinosa mancha de paternidad -
nacida en un rostro de mujer de mirada perdida que
describe amputados círculos de cabello lacio
con su cabeza, literalmente
clavada en la hélice humeante del motor.

De pronto estoy desnudo en mi rincón del baño,
donde el vaho se condensa en las paredes
y habita ese aliento cálido que me abraza en el invierno.
Pero la tregua es fugaz cada mañana.
Rendido ante el armario blanco abro sus puertas
e inspiro
una fragancia atroz de droguería que es
- tal vez sepamos a qué huele el destajo -
el aroma de la infamia hecha costumbre.
Este mueble escupe verdades a modo de perfume,
certezas efímeras, incómodas, feroces
de esas que se convierten en escalofrío
con el enfermizo pasar de los minutos cotidianos.
Y así demuestra - empíricamente - que no existe ensueño
capaz de superar la devastación psicosomática
- o transitoria podredumbre -
engendrada como larva silente 
por la realidad estulta de nuestro ajeno despertar.

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