Dijo
que esta vez no fallaría, como cada mañana, para sí, delante del espejo del
lavabo. Una legaña amarillenta había sobrevivido a la ducha y a otra mala
noche, sorteando el insomnio con escaso éxito. La cama era el mejor laboratorio
para sus ensayos mentales, dónde cualquier experimento concebido arrojaba
excelentes resultados. Había recordado el año de finalización de sus estudios,
enumerado los tres principales puntos fuertes de su candidatura y descubierto ese
pequeño hándicap que podía corregir. Había argumentado cada movimiento de
transición durante su carrera profesional y había establecido una ajustada
banda salarial para el puesto vacante. Incluso había preparado su discurso de
ascensor para destacar en la elección. Entre las sábanas, no existían
posibilidades de fracaso.
Con
el albornoz todavía puesto, se humedeció la cara y comenzó a aplicar espuma
sobre la barba. La iluminación led se reflejaba sobre su piel pálida y
remarcaba el incipiente pelo negro que, incansable, nacía con densidad en sus
mejillas. En la repisa junto al espejo esperaban la loción, el desodorante y la
colonia. En el dormitorio aguardaban un traje gris marengo y una corbata azul
marino con mínimos topos carmesí, el mismo conjunto que durante los últimos
tres años había salido del armario en menos ocasiones de las deseadas. Apenas
unas pocas bodas y un puñado de entrevistas desde ese despido que la empresa
había pretendido procedente y el arbitraje se encargó de transformar. Su fecha
de nacimiento se había revelado un lastre en cualquier proceso de selección y
señalaba un exceso de experiencia que se antojaba ingobernable. Así, su
currículo incorporaba casi con infalibilidad el calificativo de desestimado. Ese
perfil no podía trabajar.
Perfumado, apagó la luz
del baño y salió. Esta vez, al menos, la cuchilla de afeitado había vuelto a su
soporte sin restos de sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario